miércoles, 20 de septiembre de 2017

Los pies sobre la tierra

Cómo es la vida de las mujeres en una comunidad kichwa lamista, descúbralo en esta crónica que revela la estrecha conexión que ellas tienen con la tierra y la naturaleza.



Lleva un vestido enterizo verde, uno de los colores que predomina en la vasta vegetación de la Amazonía. Las ramas de los árboles la cubren de los rayos del sol. El sonido de los pajarillos y de los insectos silvestres la acompaña en su viaje. Nada la perturba. Ella camina muy segura. Deja huellas. Da pasos firmes con los pies descalzos, a pesar de que el trayecto está cubierto de lodo.


Viene caminando más de 40 minutos desde la ciudad de Lamas, ubicada en San Martín. En su cabeza tiene envuelta una pretina de tejido, diseñada con líneas blancas y negras. Cualquiera que la viera creería que es un accesorio para su cabello. Pero, se equivocarían. Es una herramienta que le ayuda a llevar sus pertenencias.

Se detiene. Contempla su entorno y saluda sonriente: “pani” (hermana), “wayqui” (hermano). Su nombre es Santula Salas Sangama. Es una de las mujeres de la comunidad Alto Churuyaku – Valisho. Ella al igual que todas las de su pueblo prevalece su identidad Kichwa lamista.

Al llegar a su comunidad, Santula se asoma a la casita comunal y se despoja de sus cosas. En ese lugar está la mayoría de las mujeres. Usan vestidos y faldas de diversos colores, semejantes a los del arcoíris. Algunas de ellas están sentadas, acompañadas por sus pequeños hijos. Y otras se encuentran organizando la preparación de la mikuna, almuerzo comunal.

A lo lejos se observa a un grupo conformado por cinco chicas. También están descalzas. Todas llevan un recipiente de arcilla sobre sus cabezas. Su andar coincide con la calma del pasar del viento. Avanzan firmes. Están alegres. Del mismo modo que Santula, dejan sus pertenencias en la casita comunal.

Todas ellas se reúnen allí e inician la elaboración de la mikuna. Los ingredientes necesarios los obtienen de sus chacras. Desde el maíz hasta frejoles de diversos tipos, evidenciando el lema de la mujer indígena: “sembrar de todo para comer de todo”, según Grimaldo Rengifo, director del Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas (Pratec).

La brecha que los une y los separa


A diferencia de las mujeres, los varones usan polos, jeans y calzado. Este tipo de ropa no es muy usual en el caso de las chicas. Solo las más jóvenes, que bordean los 17 y 25 años, visten de la misma manera. “Me siento más cómoda así. Ya no me quemo las piernas por el calor. Ya me acostumbré”, expresa la menor del grupo mientras carga a su bebé entre sus brazos.

Mientras que las mujeres cocinan, un grupo de varones está jugando fútbol. La canchita de partido no está tan distante de la casita comunal. Unos cuantos pasos dividen estos espacios. Las mujeres y los varones permanecen separados hasta llegar la hora del almuerzo.

Durante la preparación de sus alimentos, se miran, ríen y conversan. La cocina se convierte en uno de los lugares más íntimos en el que las mujeres trasladan su sabiduría y la transforman en diversos y suculentos potajes. El espacio principal donde trasmiten su sapiencia es cuando están conectadas con la naturaleza, cultivando sus semillas.

Ya está lista la bebida y la comida. La chicha de maíz sabe muy bien. Las ollas lucen repletas. El olor es agradable. Las mujeres empiezan a servir los platos, llenándolos de la deliciosa mixtura que sus chacras les ofrecen.


Según Milton Sangama Chávez, tanto mujeres como varones se encargan de trabajar en la tierra, ya sea para el autoconsumo o comercialización. “Los dos colaboramos en el sembrío. A eso le llamamos choba choba. Nosotros sembramos para comer y vender”, comenta el señor de 56 años.

Esta actividad se replica en otras comunidades de Lamas. Un ejemplo de esto se encuentra en el libro Mujer, biodiversidad y seguridad alimentaria en las comunidades Kechua – lamas escrito por Gladys Faiffer Ramírez y Luisa Elvira Belaúnde. En una de sus páginas se destaca el testimonio de Teófila Cachique, perteneciente a la comunidad Alto Pucallpillo.

“Desde antes, siempre nos hemos ayudado y hemos compartido lo que se cría en la chacra, eso no debemos perder. Enseñamos a nuestros hijos ese modo de vivir, y verdad pues, es lindo. De esa manera compartimos de todo lo que se cría en la chacra, a veces yo no tengo ají, ya mi hermana o mi cuñado ya comparte con nosotros, se comparte de todo cuando hay”.

Por otro lado, Romalda Cachique Capuyima, esposa de Milton, comenta que - además del sembrío, la cocina y el cuidado de sus hijos - las mujeres de su comunidad se dedican al tejido. “Nos demoramos tres días para tejer pretinas de cinco metros. Con eso llevo mi plátano. Se puede cargar de 70 a 100 kilos”, cuenta Romalda al mismo tiempo que hila el algodón.

Las pretinas, también conocidas como chumbes, son hechas con algodón y tienen diferentes usos. Pueden utilizarse como cinturones, correas o sogas. “Con el chumbe llevábamos a nuestros enfermos cuando no había carretera”, señala Milton, esbozando una leve sonrisa en sus labios.

De acuerdo a Gladys Faiffer, miembro del Pratec, en las comunidades de Lamas se prioriza la educación comunitaria. Las mujeres y los varones aprenden funciones diferenciadas desde muy pequeños, manteniendo en mente su estrecha relación con la naturaleza y su derecho al Buen Vivir.


“Mi esposa tiñe los chumbes con Yangua. Cuando remoja esa planta obtiene el color negro. Ella solo hace diseños. Mi hija sí puede hacer letras”, enfatiza Milton, mirando a su esposa.

La diferencia entre Romalda y su hija se debe, quizás, por la falta de oportunidades que tienen las mujeres al acceder a la educación oficial. De acuerdo a una de ellas, solo estudian hasta el nivel primario. En paralelo, realizan las actividades mencionadas anteriormente.

“Yo soy analfabeta, no he ido ni un día a la escuela. Solo hago tejidos y cerámica. Yo sé matemática en mi cabeza nomás, pero no sé sumar en el papel. Veinte manos es cien, así cuento yo”, comenta una pobladora kichwa en el libro de Gladys Faiffer y Luisa Belaúnde.

En cambio, los varones se dedican a la cestería, caza y música. Más adelante, se preparan para ir al ejército. Ellos son los que heredan la tierra. Las mujeres no. Cuando se casan, ellas acceden a los terrenos de sus esposos para producirlos. Pueden comprar los de sus hermanos o tíos.

A pesar de estas diferencias, Santula, Teófila, Romalda junto con todas las  mujeres con los pies sobre la tierra llevan lo mejor de su cultura de generación en generación, cultivando su tradición. Los pasos firmes que dan dejan huellas, no solo en sus territorios, sino también en la memoria de las personas.




---
¿Deseas leer más crónicas con pertinencia intercultural? Puedes hacerlo a través del siguiente enlace: https://es.scribd.com/document/349433553/Publicacion-Fronteras-Ambientales-2017

lunes, 12 de diciembre de 2016

La muñequita comestible

Ella es deliciosa. Es linda y atractiva. Cualquiera que la contemplara se maravillaría por su belleza. Lleva consigo diferentes bolitas de colores. Su tamaño y morfología varía según de dónde provenga. Pero lo que siempre lleva intacto es su ritualidad. Acompaña la nostalgia de los vivos y mantiene latente el recuerdo de los muertos. Así es ella. Reduce la brecha ínfima que existe entre el mundo de los vivos y de los muertos, alimentando su proximidad.

Aquel martes 1° de noviembre, ella llevaba puesto una faldita de color negro. Tres franjas blancas bordeaban su indumentaria. También, tenía consigo un sombrerito, acompañado por un listón del mismo color que su traje. Andaba acompañada. Una mujer la llevaba entre sus brazos. Subía y bajaba. Daba vueltas. Parecía que se había perdido por los interiores del cementerio Santa Rosa, ubicado en Chorrillos.

Hubo un instante en que ambas se detuvieron. Se aproximaban cada vez más a uno de los nichos. La mirada de la mujer se mantuvo fija. El brillo de sus ojos se intensificaba más, conforme se acercaba a dejar un ramo de rosas artificiales cerca al nicho. Quieta y serena. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó las lágrimas que le caían sobre sus mejillas.

Después de ello, Elisa de, aproximadamente, 60 años cogió a su compañera y le arranchó una de sus extremidades. La observó y se la comió. Luego, dejó el cuerpo de la muñeca comestible en la orilla del nicho. Y es así que el lecho de su esposo Antonio cobijaba las rosas blancas y conservaba aquel pedazo de wawa, que tenía la forma de una niña con rasgos andinos.

Elisa es apurimeña. Realizó un viaje de 16 horas, para visitar la tumba de su esposo. Compró las rosas en las afueras del cementerio. ¿Y la wawa? La preparó con sus propias manos, aprovechando su estadía en una de las casas de sus 3 hijos que residen en Lima.
Este delicioso pan fue elaborado en base de harina de trigo, huevos, manteca y canela. En el proceso de la fusión de estos ingredientes, la masa iba obteniendo diferentes formas.

Según Elisa, las wawas apurimeñas se caracterizan por representar a mujeres, varones y animales. En ocasiones especiales, como en el día de los muertos, cada manjar viste una indumentaria distinta.

Pero todo no se queda en la preparación. De acuerdo a la tradición, las wawas sirven como encomiendas para los seres queridos que partieron de este mundo. Es por ello que diferentes personas, especialmente las que pertenecen a la serranía peruana, llevan consigo estos alimentos para ofrecerlos y compartirlos con sus muertos.

Incluso, esta actividad suele ser acompañada por música y bebidas alcohólicas. La jarana se inicia con las palabras de los familiares. Luego, los presentes comparten las wawas. Esto con la finalidad de memorar con regocijo los mejores recuerdos de sus difuntos.


Unidos en un solo ambiente, compartiendo las mismas memorias. Así como Elisa, existen miles de personas que recuerdan de esta manera a un ser querido. En particular, las wawas se convierten en el nexo entre los vivos y los muertos. Ofrecen su dulzura para reducir la melancolía de los vivos y aumentar el recuerdo de las personas que partieron. La belleza y la exquisitez de estas muñequitas comestibles rompen por un instante la barrera existente entre ellos.

jueves, 27 de octubre de 2016

El hombre detrás de las lomas de Lúcumo

El color gris de Lima se va transformando conforme se acerca la temporada de invierno. Entre junio y octubre, las laderas de los cerros se cubren de un manto verdoso, gracias a la humedad de la neblina y a las garúas de la estación. Un espacio perfecto para el crecimiento de vegetación y el descubrimiento  de nuevos seres vivos. Este fenómeno se denomina loma costera. Un atractivo natural que deja maravillado a cualquiera que lo contempla.

Las lomas de Lúcumo
El color opaco de los cerros se transforma a un verde esperanza durante este periodo, formando 70 mil hectáreas de biodiversidad. Unas 150 hectáreas de ellas lo conforman las lomas de Lúcumo, considerada el primer ecosistema frágil del Perú. Este lugar se ubica en el distrito de Pachacamac.

Además de contemplar el verdor de su naturaleza, se puede apreciar varias morfologías en sus rocas. Tal es el caso del "Cuy"
Las lomas de Lúcumo están bajo la administración y el mantenimiento de los pobladores de la comunidad de Quebrada Verde, lugar que tiene más de 3 mil habitantes. En la actualidad, cerca de 350 personas están involucradas de manera directa con la conservación y la revalorización de este ecosistema. Sin embargo, hace más de 15 años, sus residentes no apostaban por su preservación.

“Es un cerro más…”, “Qué beneficios traerá al pueblo de Quebrada Verde…”, “Es una pérdida de tiempo…”, aseguraban años atrás algunos vecinos de la comunidad. Pero había una persona que tenía otro pensamiento. Jacinto Mendoza miraba con otros ojos aquel “cerro”.

En ese entonces, la comunidad de Quebrada Verde atravesaba un déficit económico. Los trabajos que ejercía la población, como la ganadería y el pastoreo, ya no rendían como antes. Por eso se debatió sobre cómo sacar adelante a la comunidad. Jacinto consideró que la preservación y promoción de las lomas de Lúcumo era la única solución.

Y así fue. Jacinto inició su sueño. A pesar de no tener el apoyo total de su comunidad, apostó por la conservación de las lomas. Esta decisión le generó varios conflictos, incluso en su hogar. Recuerda que estuvo a punto de separarse de su esposa. Pero, inmediatamente desborda una sonrisa al decir que ahora, ella está más involucrada que él.

Estaba a punto de separarme de mi esposa por formar parte de las lomas. Incluso no le dedicaba mucho tiempo a mis hijos. Esto llegó a involucrar a toda mi familia (…) Pero ahora, mi esposa está más dedicada en las lomas que yo”, expresa alegremente Jacinto.

El hombre de, aproximadamente, 45 años asegura que el principal motor que tiene para la conservación de las lomas es su deseo de mantener este espacio natural en el futuro. Cuenta que desde muy pequeño iba a las chacras con su padre, para obtener alimentos. “En ese entonces, todo era verde. Ahora es distinto. Tengo miedo de que todo se pierda”, expresa con voz pausada.

Jacinto Mendoza. Fuente: Rumbos
El sendero de Lúcumo

En 1996, la conservación de este ecosistema se empieza a trabajar a través de un plan de desarrollo y ordenamiento territorial. Jacinto y sus demás compañeros trabajaron de manera ardua para poder diseñar el proyecto que pondría en marcha la preservación y promoción de las lomas. Fue una tarea compleja pero lograron hacerlo, gracias al grupo GEA y la ONG Manuela Ramos, que ayudaron a la elaboración del proyecto.

Al inicio no contaban con dinero suficiente para el desarrollo de su proyecto. La municipalidad tampoco los apoyó. Por esta razón se empezó a manejar contactos externos, logrando la inauguración del circuito de las lomas en agosto del 2003. Y es así que después de varios años, Jacinto pudo ver el primer fruto de su perseverancia y esfuerzo.  

A pesar de las dificultades, Jacinto logró su cometido. Siente que dio todo de él para que esto funcione. Y tiene mucha razón. Fue una de las pocas personas que apostó por la preservación de las lomas.

“Las lomas son mi vida. Si las lomas desaparecieran, yo debería morir. He dado mi vida para que esto pueda funcionar. Más adelante, mis hijos podrán decir que esto es legado de su padre. Una persona que persistió”, finaliza Jacinto con un brillo en los ojos.


Actualmente, cada inicio de la temporada del invierno se celebra. Varios integrantes de Quebrada Verde y el público en general se reúnen para realizar un tributo a la tierra, con la finalidad de agradecer a la pachamama y pedir un buen comienzo en el periodo de lomas.

La apacheta. Cada visitante deja una piedra como agradecimiento a la tierra.

jueves, 20 de octubre de 2016

La unión intercultural entre China y Perú

Es domingo. El reloj marca las 10 de la mañana y el sol comparte su calor. Es un buen día para poder disfrutar en familia o dar un paseo por los lugares aledaños de nuestra ciudad. O mejor aún, poder disfrutar de las exposiciones culturales que nos ofrecen los museos.

Soldados de Terracota, China
El espacio es muy amplio pero está casi vacío. Solo se observa a un grupo reducido de 5 turistas, liderado por una de las guías del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Quizás la poca afluencia sea por la hora. Pero esto pasa a un segundo plano cuando empiezas a recorrer todo el lugar. El recinto está lleno de misticismo. Tiene la capacidad de retroceder décadas y trasladar a las personas a un lugar distinto al actual.

Cada pasaje está ambientado de acuerdo a las culturas que precedieron a la República del Perú. Desde la cultura Paracas hasta llegar al imperio incaico. Todo el bagaje cultural expuesto en los interiores de un solo museo. Cuando se cree haber terminado el recorrido, te percatas que el trayecto sigue. Pero esta vez con un toque oriental.

En el pasadizo trasero de la sala de la exposición del Tahuantinsuyo se observa algunos adornos tradicionales chinos. Los farolitos de color rojo con amarillo cubren la parte superior del tramo. Son como una especie de nuevos guías. Sigues su orden y te trasladas a otro espacio. Sin  duda, te encuentras en la unión de dos culturas. Tal y como lo indica el nombre de esta exposición.

La muestra se denomina Dos Culturas Unidas por el mismo Océano: Exposición de Reliquias Culturales Chinas en el Perú. En ella se contempla un sinnúmero de los fascinantes trabajos de arte, principalmente, hechos en jade.


Porcelanas de decoración, pertenecientes a la Dinastía Qing 

Dragón hecho en bronce de oro. Arte realizado por la Dinastía Tang
Esta exposición ofrece, alrededor, de 120 reliquias de la cultura China. Una población que alcanzó su mayor esplendor cultural mientras que en Perú se iniciaba la primera civilización en América, la ciudadela de Caral.

El misticismo inicial cobró mayor intensidad al observar la sala llena de personas. Todas mirando a una sola dirección. Muchas de ellas lucen asombradas. ¿La razón? Tres piezas de los soldados de Terracota, que fueron encontradas en la tumba de Qin Shi Huang, primer emperador de China. Un hecho similar que ocurría con el señor de Sipán. Ambos enterrados con sus pertenencias y miembros militares, para seguir prevaleciendo y defendiendo lo suyo hasta el “más allá”.


Sin duda, el mensaje que nos deja esta exposición es la gran similitud que tuvieron China y Perú. No solo en el arte, sino en las costumbres de sus pobladores. Queda claro que no solo están unidos por el mismo océano, sino también por una ferviente creencia e interculturalidad. 

jueves, 6 de octubre de 2016

“¿Una sociedad sin recuerdos?”

Bajo esta premisa se desarrolla “Pasaporte para un artista 2016”, el XIX concurso nacional de artes visuales
Maquinaria para el olvido de Carlos Risco
La fusión de la memoria y el arte. El concurso nacional de artes visuales “Pasaporte para un artista 2016” reúne los trabajos de once artistas. Por segunda vez consecutiva, las obras están basadas en la importancia de la memoria ante el conflicto armado interno.

Este certamen fue creado en 1998 por la Embajada de Francia en Perú. Este año llegó a su decimonovena edición, dando oportunidad a artistas peruanos emergentes en el rubro de las artes visuales.

“La construcción de la memoria, las gramáticas del recuerdo, y sus implicaciones en contextos sociales marcados por violencias, formas de opresión y confrontación política, étnica, entre otras, vienen consolidándose hace ya algún tiempo como interés académico, social, cultural y artístico…”, señala el curador Nicolás Tarnawiecki al inicio de la exposición.

Los pasajes de la muestra presentan obras de diferentes categorías. Desde proyecciones audiovisuales hasta esculturas. Cada una de ellas con el sello de la concientización y recuerdo de las consecuencias que trajo consigo el terrorismo.

Paisaje reservado de Lesly Egusquiza

Lecturas del monumento caído de Jorge Maita

Entre las obras más visitadas se encuentra el espacio del videoinstalación de Uku Mayu/ Ríos Profundos. En ella se escucha el cantar de dos mujeres, pertenecientes a la comunidad campesina e indígena. Y la obra “Los varios Perú”. En ella se plasma las diferentes opiniones sobre el origen de los grupos subversivos en nuestro país.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Lima de antaño en un solo espacio

La galería municipal Pancho Fierro ofrece una colección de 132 muestras de pinturas en acuarela. En los cuadros se representa la cultura antigua de Lima.


Costumbre y color. La galería municipal de Pancho Fierro abre sus puertas para mostrar la exhibición de la muestra pictórica “Tipos y costumbres de antaño”. En ella se presenta una colección de 132 cuadros en acuarela, pintados por Francisco Fierro Palas, popularmente llamado Pancho Fierro.

La exposición tiene 6 divisiones. Cada una de ellas representada por personajes que dieron origen a los momentos más significativos en la Lima antigua. Todas están ambientadas en la Lima virreinal y republicana.

La primera división se titula Las fiestas del año con el pincel de Pancho Fierro. En ella se comparte las pinturas de Pancho Fierro con los manuscritos de Ricardo Palma, graficando y describiendo la celebración del 28 de julio, el baile de la zamacueca y la danza de pallas.



La segunda parte se titula Escenas de la calle. En esta sección se representa el fusilamiento público de una persona y el agrupamiento de varios personajes. En Vida cotidiana interior, se muestra las actividades hogareñas que se realizan en una casa. Desde la siesta de una mujer hasta un compartir en un comedor.




Un sereno, un panadero y una platanera son algunos de los personajes que se contemplan en la sección de Tipos de antaño. Las figuras del mundo clerical están representadas en el grupo Religiosos. Y, finalmente, la sección de Colegiales y militares muestra diferentes facetas de los servidores de la patria.





Vale recordar que esta muestra acoge al público en general de martes a domingo. El horario es de 10:00 a.m. a 8:00 p.m. El ingreso es gratuito. Y se admiten las fotografías, siempre y cuando se desactive el flash de la cámara.    


sábado, 17 de septiembre de 2016

El tesoro intercultural del Mercado Nº 1 de Surquillo

El reloj marcaba las 9 de la mañana. Conforme las perillas avanzaban, un sinnúmero de personas se juntaban en un solo espacio. Algunas de ellas estaban acompañadas. Otras preferían seguir el curso del tiempo de manera independiente. Unas estaban alegres. Otras, preocupadas. Sus estados de ánimo pasaban a un segundo plano cuando se dirigían a los puntos claves del tesoro intercultural que guarda cada puesto del mercado Nº 1 de Surquillo.

Entrada del Mercado Nº 1 de Surquillo
El color de las frutas, el agradable aroma de los vegetales y el exquisito sabor de la comida -como recién hecha en casa- dan la bienvenida a todas las personas que se concentran en este espacio. En ese momento, ellas comparten un solo sentir: disfrutar de la diversidad del lugar.

Para empezar la jornada del día, la señora María de, aproximadamente, 40 años brinda a sus comensales dos deliciosas opciones. Una es la potente sopa blanca y la segunda, un suculento caldo de gallina. Estos platos son preparados por las manos ayacuchanas de esta mujer.

María vive en Lima desde que tenía 16 años. Dejó la tierra de Vilcashuamán para obtener una  mejor calidad de vida. Este objetivo lo está cumpliendo al lado de su pareja e hijas quienes la ayudan en la venta de comida en su stand llamado “Juguería Jimena”, ubicado en el puesto 29 del mercado.

Hace un año, María se libró de las cuotas mensuales del alquiler del puesto. Ella logró comprar la tienda. Su esfuerzo y constancia se refleja en sus potajes que, sin duda, son los indicados para obtener la energía necesaria para seguir recorriendo el lugar.

A unos puestos se encuentra una señora que selecciona y ordena las frutas de manera cuidadosa. Su nombre es Reina y es chiclayana. Ella tiene más de 50 años vendiendo frutas en el mercado. En su puesto hay una gran variedad de estos productos. Se puede encontrar desde las más conocidas, como las uvas, hasta las más exóticas. Un ejemplo de estas últimas es la pitahaya, una fruta rica en vitamina C. Su precio es de 38 soles el kilo.

Fruta Pitahaya
Según Reina, la pitahaya es una fruta con gran potencial curativo. Asegura, también, con mucha alegría que los higos que ella vende pertenecen a su localidad. Y que son únicos en todo el mercado.

Su entusiasmo se desvanece al recordar que el centro de abastos ha perdido una de sus esencias: la festividad. Ella afirma que desde hace mucho tiempo no se celebra el aniversario del lugar. Que muchas personas se han olvidado de la alegría y la unidad que antes las caracterizaban. Solo le queda evocar las imágenes en las que se divertían y organizaban para celebrar a lo grande un año más de fundación.

A los exteriores del mercado se observa a una mujer que va hilvanando diferentes prendas. Su nombre es Giovana. Ella ofrece artesanía y tejidos. Los colores llamativos que utiliza para la confección de sus productos guardan mucha relación con su procedencia. Esta huancavelicana junto a su niño de, aproximadamente, 6 años viene al mercado todos los fines de semana. Ambos hablan en quechua de manera espontánea, un hecho que cautiva a cualquier transeúnte que los escucha.

Giovana. Artesana huancavelicana
Giovana, quien apenas puede hablar bien el castellano, comenta que se traslada desde Ate hasta Surquillo por la represión de los serenos. Afirma que no la dejan trabajar en los mercados de su distrito y que la botan. Esto no le permite llevar un pan a su mesa. Por eso prefiere movilizarse y trabajar en otros lugares.

Así como María, Reina y Giovana existen más personas que se dedican a vender productos en diferentes centros de abastos del Perú. Cada una de ellas coloca su sello de origen en cada objeto que ofrecen.

El mercado Nº 1 de Surquillo tiene más de 70 años acogiendo a diferentes personas de diversos puntos del país. También recibe a extranjeros, quienes se quedan impresionados por toda su riqueza. Este mercado no es reconocido únicamente por la calidad de los  productos que ofrece, sino por el gran bagaje cultural que conserva en cada rincón de su establecimiento. Un tesoro que cualquier persona quisiera conocerlo.


Para hallarlo es necesario contar con un mapa y una buena dosis de motivación. La primera herramienta permite orientar y guiar qué sendero continuar. Y la segunda, a persistir en el trayecto. Eso es lo que demostraron los tres personajes mencionados.