lunes, 12 de diciembre de 2016

La muñequita comestible

Ella es deliciosa. Es linda y atractiva. Cualquiera que la contemplara se maravillaría por su belleza. Lleva consigo diferentes bolitas de colores. Su tamaño y morfología varía según de dónde provenga. Pero lo que siempre lleva intacto es su ritualidad. Acompaña la nostalgia de los vivos y mantiene latente el recuerdo de los muertos. Así es ella. Reduce la brecha ínfima que existe entre el mundo de los vivos y de los muertos, alimentando su proximidad.

Aquel martes 1° de noviembre, ella llevaba puesto una faldita de color negro. Tres franjas blancas bordeaban su indumentaria. También, tenía consigo un sombrerito, acompañado por un listón del mismo color que su traje. Andaba acompañada. Una mujer la llevaba entre sus brazos. Subía y bajaba. Daba vueltas. Parecía que se había perdido por los interiores del cementerio Santa Rosa, ubicado en Chorrillos.

Hubo un instante en que ambas se detuvieron. Se aproximaban cada vez más a uno de los nichos. La mirada de la mujer se mantuvo fija. El brillo de sus ojos se intensificaba más, conforme se acercaba a dejar un ramo de rosas artificiales cerca al nicho. Quieta y serena. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó las lágrimas que le caían sobre sus mejillas.

Después de ello, Elisa de, aproximadamente, 60 años cogió a su compañera y le arranchó una de sus extremidades. La observó y se la comió. Luego, dejó el cuerpo de la muñeca comestible en la orilla del nicho. Y es así que el lecho de su esposo Antonio cobijaba las rosas blancas y conservaba aquel pedazo de wawa, que tenía la forma de una niña con rasgos andinos.

Elisa es apurimeña. Realizó un viaje de 16 horas, para visitar la tumba de su esposo. Compró las rosas en las afueras del cementerio. ¿Y la wawa? La preparó con sus propias manos, aprovechando su estadía en una de las casas de sus 3 hijos que residen en Lima.
Este delicioso pan fue elaborado en base de harina de trigo, huevos, manteca y canela. En el proceso de la fusión de estos ingredientes, la masa iba obteniendo diferentes formas.

Según Elisa, las wawas apurimeñas se caracterizan por representar a mujeres, varones y animales. En ocasiones especiales, como en el día de los muertos, cada manjar viste una indumentaria distinta.

Pero todo no se queda en la preparación. De acuerdo a la tradición, las wawas sirven como encomiendas para los seres queridos que partieron de este mundo. Es por ello que diferentes personas, especialmente las que pertenecen a la serranía peruana, llevan consigo estos alimentos para ofrecerlos y compartirlos con sus muertos.

Incluso, esta actividad suele ser acompañada por música y bebidas alcohólicas. La jarana se inicia con las palabras de los familiares. Luego, los presentes comparten las wawas. Esto con la finalidad de memorar con regocijo los mejores recuerdos de sus difuntos.


Unidos en un solo ambiente, compartiendo las mismas memorias. Así como Elisa, existen miles de personas que recuerdan de esta manera a un ser querido. En particular, las wawas se convierten en el nexo entre los vivos y los muertos. Ofrecen su dulzura para reducir la melancolía de los vivos y aumentar el recuerdo de las personas que partieron. La belleza y la exquisitez de estas muñequitas comestibles rompen por un instante la barrera existente entre ellos.

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