Ella es deliciosa. Es linda y
atractiva. Cualquiera que la contemplara se maravillaría por su belleza. Lleva
consigo diferentes bolitas de colores. Su tamaño y morfología varía según de
dónde provenga. Pero lo que siempre lleva intacto es su ritualidad. Acompaña la
nostalgia de los vivos y mantiene latente el recuerdo de los muertos. Así es
ella. Reduce la brecha ínfima que existe entre el mundo de los vivos y de los
muertos, alimentando su proximidad.
Aquel martes 1° de noviembre,
ella llevaba puesto una faldita de color negro. Tres franjas blancas bordeaban
su indumentaria. También, tenía consigo un sombrerito, acompañado por un listón
del mismo color que su traje. Andaba acompañada. Una mujer la llevaba entre sus
brazos. Subía y bajaba. Daba vueltas. Parecía que se había perdido por los
interiores del cementerio Santa Rosa, ubicado en Chorrillos.
Hubo un instante en que ambas
se detuvieron. Se aproximaban cada vez más a uno de los nichos. La mirada de la
mujer se mantuvo fija. El brillo de sus ojos se intensificaba más, conforme se
acercaba a dejar un ramo de rosas artificiales cerca al nicho. Quieta y serena.
Sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó las lágrimas que le caían sobre sus
mejillas.
Después de ello, Elisa de, aproximadamente,
60 años cogió a su compañera y le arranchó una de sus extremidades. La observó
y se la comió. Luego, dejó el cuerpo de la muñeca comestible en la orilla del
nicho. Y es así que el lecho de su esposo Antonio cobijaba las rosas blancas y
conservaba aquel pedazo de wawa, que tenía la forma de una niña con rasgos
andinos.
Elisa es apurimeña. Realizó un
viaje de 16 horas, para visitar la tumba de su esposo. Compró las rosas en las
afueras del cementerio. ¿Y la wawa? La preparó con sus propias manos,
aprovechando su estadía en una de las casas de sus 3 hijos que residen en Lima.
Este delicioso pan fue
elaborado en base de harina de trigo, huevos, manteca y canela. En el proceso
de la fusión de estos ingredientes, la masa iba obteniendo diferentes formas.
Según Elisa, las wawas
apurimeñas se caracterizan por representar a mujeres, varones y animales. En
ocasiones especiales, como en el día de los muertos, cada manjar viste una
indumentaria distinta.
Pero todo no se queda en la
preparación. De acuerdo a la tradición, las wawas sirven como encomiendas para
los seres queridos que partieron de este mundo. Es por ello que diferentes
personas, especialmente las que pertenecen a la serranía peruana, llevan
consigo estos alimentos para ofrecerlos y compartirlos con sus muertos.
Incluso, esta actividad suele
ser acompañada por música y bebidas alcohólicas. La jarana se inicia con las
palabras de los familiares. Luego, los presentes comparten las wawas. Esto con
la finalidad de memorar con regocijo los mejores recuerdos de sus difuntos.
Unidos en un solo ambiente,
compartiendo las mismas memorias. Así como Elisa, existen miles de personas que
recuerdan de esta manera a un ser querido. En particular, las wawas se
convierten en el nexo entre los vivos y los muertos. Ofrecen su dulzura para
reducir la melancolía de los vivos y aumentar el recuerdo de las personas que
partieron. La belleza y la exquisitez de estas muñequitas comestibles rompen
por un instante la barrera existente entre ellos.